Comentario
La muerte de al-Mansur no marcó una ruptura porque su hijo Abd al-Malik le sucedió sin problemas. Ya llevaba el título de hayib, que conservó cuando llegó al poder como demuestra la inscripción del cofre de marfil llamado de Leyre, fechado en el año 395/1004-1005. Llevaba entonces el laqab (título) de Sayf al-Dawla (La espada del Estado) copiado de los títulos que llevaban en Oriente los hamdaníes y los buyíes. En el 1003, mandó ejecutar al esclavón Tarafa y a al-Yaziri, un poeta de la corte, por haber intrigado contra él. Más significativo que esta oposición secreta -probablemente mal coordinada debido a las rivalidades entre clanes o entre personas, pero peligrosa ya que seguía existiendo en los ambientes dirigentes- fue el nuevo complot urdido en el año 1006 por el visir árabe, Isa b. Sald al-Yahsubi, llamado Ibn al-Qatta', al que había confiado la dirección de la administración civil. Impulsado por las viejas familias cordobesas de los clientes omeyas como los Bahu Hudayr y los Banu Futays, se oponía a los saqaliba y proyectaba eliminar a la vez a Abd al-Malik y al califa Hisham y sustituir a este último por un nieto de Abd al-Rahman III, Hisham b. Abd al-Yabbar. Estos proyectos fracasaron y tanto el visir como el pretendiente omeya fueron ejecutados.
Igual que su padre, Abd al-Malik realizó grandes expediciones contra la España cristiana, tanto en Cataluña (1003) como en Castilla (1004), León (1005) y en la zona pirenaica (1006) con ejércitos en los que los altos cuadros saqaliba tuvieron un papel todavía más destacado que en la época de su padre, pero que seguían contando con muchos mercenarios y voluntarios magrebíes. En el 1007 habría aplastado al fuerte ejército cristiano formado por una coalición dirigida por el conde de Castilla Sancho García, lo que le permitió hacerse con la fortificación de Clunia, sobre el río Duero. Considerada una campaña especialmente gloriosa, fue seguida por grandes festejos en Córdoba y el califa concedió a Abd al-Malik el título de al-Muzaffor, parecido al que llevaba su padre. Conviene resaltar que, contrariamente a lo que se suele creer, no parece que al-Mansur ni su hijo hayan llevado los laqabs de tipo califal, es decir, con el nombre de Allah. En ningún documento oficial figuran las formas de al-Mansur bi-Llah o al-Muzaffar bi-Llah. Esto se ve claramente en el diploma del año 1006 por el que el califa Hisham al-Mu'ayyad bi-Llah concedía a Abd al-Malik, al que no trataba como hayib sino como Espada del Estado, (Sayf al-Dawla), conforme al sobrenombre honorífico que llevaba, el derecho de llevar simplemente el título de al-Muzaffar.
Estas precauciones probablemente no eran inútiles, como demostrarían los acontecimientos de los años siguientes.
Para utilizar nuevamente la expresión que he usado al comienzo de este capítulo, los resortes de este régimen eran demasiado tensos. Tras la fachada impresionante del régimen amirí, subsistía la contradicción fundamental entre el poder real de los amiríes, que aumentaba cada vez más y el poder legitimador del califato omeya que se iba reduciendo a un simple símbolo, pero al que seguía atada en la misma esfera de poder, una aristocracia nutrida vinculada al antiguo orden y temerosa de verse desposeída a causa del alza de advenedizos y nuevos grupos, principalmente los saqaliba. Ideológicamente, no era posible desvincularse del ideal de un califato al que los amiríes no podían aspirar. Por otro lado, la población de Córdoba, en general, seguía fiel a un régimen omeya en cuyo marco se había desarrollado la vida política desde hacía dos siglos y medio. Al contrario que su padre y su hermano, el tercer amirí, por no haber tenido el sentido político que le aconsejara no ir más allá de los límites alcanzados, iba a provocar la catástrofe política de comienzos del 1009, unos meses después de la muerte de Abd al-Malik al-Muzaffar, acaecida en el 1008, en unas condiciones poco claras, cuando el hayib iba al frente de su séptima campaña contra los cristianos.